Acerca del proyecto
SOL es una escultura pública de sitio específico, concebida como un observatorio solar experiencial y simbólico. Emplazada en la Escuela Pampa del Algodonal (Arica, Chile), en un territorio marcado por la luz extrema del desierto y la memoria ancestral andina, esta obra articula el conocimiento astronómico con prácticas artísticas y cosmogónicas originarias.
La instalación consiste en tres círculos de ladrillo esmaltado, piedra y tierra, cada uno dispuesto con una inclinación y altura distinta, en correspondencia con los tres planos del universo andino: Arajpacha, Akapacha y Manqhapacha. Estos círculos están calibrados para que, durante los equinoccios y solsticios, la sombra proyectada por piedras dispuestas en su centro toque un punto específico del suelo cerámico a las 10:00 am, marcando así con precisión cada hito astronómico anual.
La obra reactiva la figura del gnomon, no como instrumento técnico sino como extensión simbólica del cuerpo: al pararse en el centro de los círculos, niñas, niños y visitantes se convierten en parte activa del calendario solar. Sus cuerpos proyectan sombras que, en determinadas fechas, calzan sobre marcas negras: un sistema poético-científico de orientación temporal y espiritual.
SOL es una invitación a re-sincronizarse con el cosmos, a recordar que habitamos un planeta solar regido por ritmos que las culturas originarias supieron leer y celebrar. Como señala el astrónomo José Maza, “todo lo que hacemos tiene que ver con el Sol: la agricultura, los ciclos del sueño, el arte, la vida misma” (Somos polvo de estrellas, 2018).
Cosmovisión Andina
La cosmovisión andina es una forma compleja y relacional de entender el mundo. No separa materia de espíritu, ni cielo de tierra, ni presente de pasado. Se estructura en base a la noción de Pacha, un concepto que entrelaza espacio, tiempo y existencia, y que da origen a tres dimensiones esenciales:
- Arajpacha: la tierra de arriba, donde moran las deidades, los astros y las energías sutiles.
- Akapacha: el mundo del presente, el plano terrenal donde ocurre la experiencia humana.
- Manqhapacha: el mundo de abajo, de los ancestros, la fertilidad y la transformación.
Estos tres planos no son estáticos ni jerárquicos, sino que se interrelacionan en movimiento continuo. Como señala Silvia Rivera Cusicanqui (2010), “Pacha es un tiempo-espacio viviente, un sistema en constante reciprocidad”.
En la obra SOL, estos tres planos se representan materialmente mediante círculos con distintos niveles y orientaciones. Cada uno está asociado a un evento astronómico (solsticios o equinoccios) y contiene inscripciones esmaltadas al fuego con frases rituales:
- Vengo del ciclo infinito del tiempo
- La tierra de arriba
- La tierra de acá
- La tierra de adentro
El diseño de estos espacios no busca ilustrar la cosmovisión andina, sino activarla. Cada sombra que cae, cada cuerpo que se posiciona en los círculos, se convierte en parte del tejido simbólico. Así, como plantea Catherine Allen (2002) al estudiar la ritualidad andina: “no se trata de representar el cosmos, sino de habitarlo”.
Inti
Inti, el dios Sol, es una de las deidades más veneradas del mundo andino. Más allá de su dimensión mitológica, Inti es una fuerza vital que organiza el tiempo, la agricultura y los rituales comunitarios. En el Tawantinsuyu incaico, cada fase solar implicaba celebraciones, ofrendas, y actos de reciprocidad con la naturaleza.
La relación con Inti es relacional, no dominadora. El Sol es maestro y presencia, no recurso. Tal como señalan antropólogos como Gary Urton (1981), las culturas andinas desarrollaron calendarios solares precisos basados en la observación de sombras, el uso de ceques (líneas astronómico-rituales) y la arquitectura orientada al solsticio.
En la escultura SOL, Inti es el eje dinámico de la obra: sus rayos trazan geometrías invisibles que sólo se revelan en momentos clave. Cada 21 de junio y 21 de diciembre, así como durante los equinoccios, Inti proyecta su luz para hacer visible la conexión entre piedra, tierra y cuerpo humano.
En este sentido, SOL no representa a Inti: lo invoca y lo deja actuar. Es una tecnología espiritual, una herramienta sensible de relación entre el cielo y la tierra, como lo fueron los Intihuatanas en los Andes.
Equinoccios
Los equinoccios —marzo y septiembre— marcan los momentos en que el día y la noche tienen la misma duración. Astronómicamente, son puntos de equilibrio en la órbita terrestre. Simbólicamente, representan el balance, la transición, el cruce entre mundos.
En muchas culturas ancestrales, incluido el mundo andino, los equinoccios señalan aperturas: son portales para el cambio, la germinación o el descanso de la tierra. Según el etnoastrónomo Anthony Aveni (2001), estos días eran claves para alinear calendarios agrícolas, rituales y arquitectónicos.
En el círculo medio de la obra SOL —el Akapacha— se manifiestan los equinoccios. Cada 20 o 21 de marzo y septiembre, a las 10:00 am, la sombra cae perfectamente sobre el círculo negro esmaltado en el suelo. Ese calce solar revela la sincronía entre tierra y cosmos, entre lo construido y lo natural.
Pero más allá de su precisión técnica, el equinoccio en SOL propone un momento de pausa: una invitación a habitar el presente, a cultivar el centro. Como sugiere el término quechua ayni, todo está basado en la reciprocidad —y el equilibrio es su forma más sutil.
Solsticio de Invierno (Macháq Mara)
El Solsticio de Invierno, que ocurre el 21 de junio en el hemisferio sur, es el día más corto del año. En la cosmovisión aymara, este evento marca el inicio de un nuevo ciclo solar y espiritual: el Machaq Mara, o Año Nuevo Andino. Desde tiempos prehispánicos, las comunidades altiplánicas han celebrado este renacimiento del sol con ceremonias al amanecer, esperando los primeros rayos como signo de renovación y continuidad de la vida.
En la escultura SOL, el Machaq Mara se activa en el círculo más alto: el Arajpacha. A las 10:00 am, la sombra proyectada por la piedra toca la marca cerámica que indica el nuevo ciclo. Este gesto conecta el evento astronómico con la tierra y sus habitantes, celebrando el regreso simbólico de la luz.
Como explica el historiador Luis Enrique López (2009), el Machaq Mara no es solo una celebración festiva, sino un acto de profunda significación cosmológica y política. Reafirma la memoria colectiva, la pertenencia territorial y el derecho a observar el tiempo desde los propios saberes.
SOL incorpora esta memoria viva en su arquitectura: el calce solar no es un dato, sino un acto de presencia. La obra se vuelve calendario, altar, y escuela a cielo abierto.
Solsticio de Verano
El Solsticio de Verano, cada 21 de diciembre, es el día más largo del año. Marca el momento en que el sol alcanza su punto más alto en el cielo, irradiando con fuerza sobre la tierra. Aunque en muchas culturas este evento es símbolo de abundancia y celebración, en la cosmovisión andina también representa el inicio de un nuevo descenso: la curva del tiempo que lleva hacia la transformación.
En la escultura SOL, este fenómeno se representa en el círculo más bajo: el Manqhapacha, el mundo de abajo. A las 10:00 am, la sombra desciende y se posa sobre el círculo negro, completando así el recorrido solar anual. El diseño invertido —hacia el interior de la tierra— sugiere que incluso la plenitud contiene la semilla del cambio.
Este gesto conecta con la noción andina de uywaña, el ciclo vital en el que todo nace, se despliega, y retorna. Como recuerda Eduardo Gruner (2008), “la temporalidad andina no es lineal sino espiral: siempre vuelve, pero nunca igual”.
El Solsticio de Verano en SOL es un recordatorio de la humildad cósmica: estamos en un planeta que orbita, inclina su eje, y dialoga con una estrella. Y en ese diálogo, como humanos, tenemos el privilegio de recordar.
Calendário Andino
Claro. El calendario andino es un sistema ancestral de medición del tiempo profundamente ligado a los ciclos agrícolas, los fenómenos astronómicos y la ritualidad colectiva. A diferencia del calendario gregoriano, que estructura el tiempo de forma lineal y numérica, el calendario andino se basa en una lógica cíclica y relacional, articulada por la observación del sol, la luna, las estrellas, las montañas y el comportamiento de la naturaleza.
Estructura general del calendario andino
- Año solar de 365 días, dividido en doce meses lunares y ajustado mediante observaciones solares en momentos clave (como solsticios y equinoccios).
- Comienza con el solsticio de invierno (21 de junio), cuando se celebra el Machaq Mara en el altiplano aymara, o el Inti Raymi en el mundo quechua. Este momento se entiende como el renacimiento del Sol.
- El tiempo no se divide solo por meses, sino por épocas agrícolas y rituales, como:
- Jallupacha (tiempo de lluvias),
- Juyphipacha (tiempo de maduración),
- Awkipacha (tiempo de cosecha y descanso),
- Chuqllupacha (tiempo de siembra),
entre otros (estas denominaciones varían por región y lengua: quechua, aymara, puquina…).
Alineación con eventos astronómicos
El calendario se regula a través de:
- Solsticios: indican el punto de inflexión solar —invierno (nacimiento del sol) y verano (plenitud de la luz y inicio de su declive).
- Equinoccios: momentos de equilibrio, usados para marcar transiciones de siembra y cosecha.
- Fases lunares: utilizadas para determinar rituales, cortes de cabello, podas, cosechas, menstruación y nacimiento.
- Aparición y desaparición de constelaciones: como las chakana, la llama celeste, y la serpiente negra de la Vía Láctea.
Cosmovisión y tiempo
Para el pensamiento andino, el tiempo no es abstracto: es pachakuti, es decir, una energía que se mueve y se transforma, que puede “dar la vuelta”. La palabra pacha significa simultáneamente tiempo y espacio. Esta integración se refleja en la idea de:
- Tiempo espiralado: El presente está siempre conectado con el pasado y el futuro. Se retorna a los ciclos, pero nunca en el mismo lugar.
- Calendario ritual: Cada mes o periodo contiene festividades, ayllus y danzas específicas. No hay separación entre el calendario agrícola, astronómico y espiritual.